martes, 24 de noviembre de 2015


Por el valle del Manubles


Sábado, 21 de noviembre






El día ventoso y frío empujó a las nubes y abrió el cielo al tibio sol. Comenzamos el recorrido por el valle del río Manubles por tierras aragonesas y dejamos para otra ocasión el corto recorrido de éste por tierras sorianas, que es donde nace: en las fuentes de la dehesa de Tablada, de Borobia, de las escorrentías del Moncayo y otras fuentes que manan en ese gran espacio soriano. El nivel freático de estas aguas subterráneas, de las que nacen ríos como el Manubles o el Ribota, corre el peligro de quedar afectado de no pararse la explotación de  la mina de magnesitas a cielo abierto. En todos los municipios afectados hay una oposición rotunda al proyecto, expresándose en un sentimiento comúm: “No a la mina de Borobia”. Ya veremos.










 En el siglo XIV estas tierras limítrofes fueron campo de batalla entre castellanos y aragoneses. Pedro I y Pedro IV el Ceremonioso jugaron sus intereses fijando límites y fronteras en la llamada guerra de los Pedros, por lo que no hubo castillo moro que no se arreglara o se construyeran otros que vigilaran la extremadura aragonesa.







Torrelapaja se asienta en la llanura rodeada de altos cerros que lo defienden del frío viento del Moncayo. El lugar va unido a san Millán, pues aquí nació y vivió como eremita, antes de retirarse a la sierra de la Demanda, en La Rioja, donde siguió practicando una vida ascética hasta su muerte. No podemos dejar de ver la capilla de la Virgen de Malanca, que ha sustituido al antiguo eremitorio mozárabe, llena de yeserías barrocas y pinturas murales que narran la vida del santo. Está adosada a la iglesia, declarada Bien de Interés Cultural, y formando parte del mismo templo. Junto a ella se alza una esbelta torre de planta cuadrada, con aspilleras, y rematada por 4 garitones esquineros, que servía de vigía y fortaleza de defensa en el límite con Castilla. Al otro lado de la calle está la Casa de San Millán, del siglo XVI, que ejercía como beneficiencia y albergue de peregrinos. Hoy está en obras.













       
 
A la altura de Berdejo, el Manubles se adentra encajado por los montes que lo rodean. Las casas se asientan sobre una ladera rocosa, al pie de la antigua fortaleza, que por su situación estratégica, tuvo durante el medievo un gran valor táctico como vigía del paso hacia Castilla, cuyos restos descansan sobre un abrupto promontorio con precipicio por tres de sus lados, pues el cuarto lo guarda la torre principal donde se encuentra la puerta de acceso en recodo, defendida por un foso excavado en la roca. Decía Zurita que era famoso por ser bien fuerte. Aún así, fue conquistado varias veces por los castellanos. Su iglesia conserva restos románicos: un espléndido abside semicircular.  Junto a ésta se levanta la casa consistorial, un bello edificio del siglo XVI, de estilo aragonés, con la parte inferior arqueada en forma de lonja, bastante deteriorado.








  








Estamos en Bijuesca. El paisaje de ribera tiene una estrecha vega encuadrada entre escarpados rocosos. Subimos al castillo, una fortaleza sobre un espolón rocoso de gran importancia estratégica por su condición fronteriza. Descansamos en la ermita de Nuestra Sra. del Castillo con una torre-campanario rematada por una cornisa de matacanes que defendía la entrada del recinto, pero que no pudimos ver su interior. Se nos ha unido Manolo Gato, el guía oficial que amablemente nos acompaña. Ascendemos al recinto superior -el guía con buen criterio nos espera-. En la muralla sur se eleva la torre-puerta protegida por un matacán; esta conserva el hueco del rastrillo y ventanas góticas. A lo largo de su historia, la fortaleza sufrió, como todas las del valle, varios conflictos, en especial en la guerra de los dos Pedros. Mientras bajamos por las angostas calles, Manolo Gato nos susurra con voz mimosa una prohibición antigua, la de que por sus calles estrechas y empinadas circularan carruajes.














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En la parte baja del pueblo está la iglesia del siglo XVII, se levantó sobre otra románica de la que aún se conservan el ábside y un par de ventanas doveladas. Cruzamos el río para ver la fuente de los Caños. En su parte central aparece representado, mediante tres caños, el rostro de una joven; al lado, el lavadero. Subimos aguas arriba hasta el pozo de los Chorros, un salto de agua en el curso del río, aprovechado como zona de recreo y baño. Hay que comer, así que unos deciden que este sitio es el idóneo; otros quieren el abrigo del teleclub. Allí les esperan Manolo y sus amigos para compartir. Parece ser que no ha sido un buen criterio, pues son muchos para compartir. Algunos aún tienen tiempo de recoger las últimas nueces.












Después de los cafés salimos camino de Torrijo de la Cañada. Antes, hemos parado a ver el puente medieval. Desde aquí sale la cañada real que nos hubiera acercado al balcón de Quiñon, pero el tiempo manda. Torrijo tiene una magnífica iglesia de estilo gótico, y junto a ella está la cruz del Arenal y una fuente, un conjunto dedicado a los santos Félix y Régula, de quienes dice la tradición que fueron martirizados aquí.
















Frente al ayuntamiento de tipo aragonés se ubica un torreón-puente de estilo gótico que sirve de acceso para cruzar al otro lado del pueblo y que formaba parte de la muralla y recinto fortificado. Subimos a las antiguas bodegas que cubren la ladera, imagen de un pasado vinícola. Desde aquí tenemos una panorámica impresionante. Los últimos rayos iluminan las ruinas del castillo encaramado sobre el cerro desde donde domina el pueblo de calles empinadas.













Está oscureciendo y decidimos dar por finalizado el viaje. Casi todos pedimos un chocolate con churros. Pero cosas del despiste y el cansancio, me pregunto: ¿quién se comió mis churros?

 















































Fotos de Teresa, Fina y Nines




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